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El Insomne Intelectual:

 

Escrito "sobrio" de esta edición.

Morirse de sed junto a la fuente...

por Abel Cano Carriel

¿Es que hay demasiada gente en la tierra o es que de verdad los territorios destinados a los cultivos no alcanzan? Acabar con el hambre del mundo ya dejó de ser una cuestión de imposibilidad, ahora depende únicamente de la buena voluntad de los poderosos e indolentes dueños del planeta.

 

 

No encontré forma más apropiada para empezar este ensayo que citando el último verso del soneto que Nicolás Guillén, poeta, periodista, activista afro y político cubano, escribiera en 1974. Se preguntará por la ironía que expresan esas palabras y el poco sentido que les encuentra. Bueno, puedo asegurarle que a lo largo de mi escrito sucederán dos cosas: La primera es que descubrirá, como dijo Al Gore: “Una verdad inquietante”; y la segunda, no menos importante, es que cuando haya acabado de explicar lo que me propongo en este espacio, deberá tomar la decisión de continuar siendo un impávido observante y consumista indolente o ayudar a cambiar la realidad de muchos, usando para ello toda su experiencia e intelecto, dispuesto a hacer los sacrificios necesarios para obtener el bien común. Empecemos por explicar, en todo caso, a qué nos referimos…

 

Los representantes magnos del globo suelen exhibirse preocupados y furiosos ante cada actualización de la exorbitante cifra de hambrientos en el mundo. El tema cobra sumo impacto cuando se presentan las usuales imágenes de escuálidos niños africanos en los medios de comunicación masiva; no hay discusión que valga porque se reconoce unánimemente al hambre como una injusticia y un grave, gravísimo, problema social. Un punto en el que todos estamos de acuerdo, pues en esto, supuestamente, no habría ideologías que separacen los criterios. La sed es el hambre mundial que año a año continúa cobrando vidas como una epidemia maligna que nadie es capaz de detener, ¿Pero realmente no somos capaces?Al analizar las causas, como suele suceder en toda problemática social, generalmente se omite o peor aún, se esbozan abstracciones que no aportan ni explican nada al respecto. Lo más importante, dicen los afligidos y expertos “analistas”, es coordinar esfuerzos para incrementar la donación de alimentos a los países más pobres. Lamentablemente, dichos esfuerzos distan mucho de ser suficientes para paliar una problemática estructural y profunda como es el hambre. Excepto el caso de algunos países como Cabo Verde o Liberia, la ayuda alimentaria representa siempre menos del 10 y hasta del 5% del consumo total de alimentos de cada uno de los países que la reciben.

 

Los datos de la oficina de la ONU para la Alimentación y la Agricultura (FAO por sus siglas en inglés) revelan un hecho lo suficientemente absurdo e injusto como para  ser descartado, al contrario, bien podría este informe ayudarnos a tomar decisiones correctas para cambiar todo el sistema económico y social por el cual distribuimos nuestros recursos, observemos: Desde el año 1961 la producción per cápita de alimentos disponibles para el consumo humano puede satisfacer las necesidades de toda la población mundial (2200 calorías por persona por día), pero no lo hace. Sucede que mientras la producción aumenta vertiginosamente también lo hacen la exclusión y la desigualdad. Bourguignon y Morrison (Inequality Among World Citizens: 1820 - 1992) calcularon que la desigualdad mundial medida por el coeficiente de Gini se incrementó notablemente en los últimos 200 años, pasando de 0,50 en 1820; 0,61 en 1910; 0,64 en 1950 y 0,657 en 1998. Esto explica el escaso aporte del aumento de la producción per cápita de alimentos a la disminución de las tasas de desnutrición. A este ritmo y en el mejor de los escenarios imaginables, suponiendo que la tasa de crecimiento de la productividad se mantendrá constante y no habrá limitaciones en cuanto al uso de la tierra (lo que implica suponer que durante el siglo XXI tendremos sucesivas revoluciones verdes), sería necesario esperar más de 75 años hasta que la humanidad produzca 3440 calorías por persona por día y así, teóricamente, en el contexto de esa extrema abundancia, el “derrame” por fin llegaría y se podría terminar con el hambre en el mundo.

 

Entonces no se trata de que en el mundo no haya comida, sino que está bien guardada en las alforjas del “hemisferio de los ricos” esperando convertirse en millones de dólares.Pero antes de adelantar conjeturas, permítame mostrarle el otro lado de la moneda: Existe una sobreproducción de comida por parte de las multinacionales. Estas corporaciones, además de ser dueñas de toda la comercialización de alimentos a nivel mundial, poseen vastos territorios en zonas donde la pobreza es extrema, como por ejemplo: África. Los nativos son forzados a trabajar con la promesa de dinero para mantener a sus familias, pero muchas veces el capital apenas alcanza para subsistir al día. La crueldad de la ironía es otra, por supuesto, ya que estas personas se parten la espalda en el yugo de un trabajo que no siempre ofrece las condiciones más favorables de desempeño, y sin embargo, se ocupan de los animales que luego saldrán en cajas para ser exportados a diferentes partes de Occidente, cuando ellos en su vida han probado el sabor de un filete, o peor aun, que quizá no lleguen a probarlo jamás.Se exprime a la tierra para que produzca dos cosechas de maiz al año para cubrir la demanda nutricional del ganado vacuno, ovino y porcino. Los animales son reproducidos en auténticos campos de concentración (CAFO) bajo normas de alimentación que incluyen hormonas para acelerar el crecimiento. Por ejemplo, un pollo que antes completaba su desarrollo en 90 días, ahora sólo tarda un mes en alcanzar un tamaño tres veces más grande. Siendo más críticos: aquellos químicos que se usan tanto en el grano para sobreproducirlo como en los animales para que se aliementen y crezcan más, se mantienen en la carne que a diario consumimos, produciendo diferentes efectos en nuestro cuerpo.

 

Un caso de tantos es el de Alemania, que en el 2011 experimentó un brote de Escherechia Coli enterohemorrágica, con una cifra de enfermos que ascendió a los 3200. La pequeña bacteria se encuentra en el intestino de las vacas y en sus ubres, muchas veces gestando en la carne molida. Puede romper la barrera de especies, sobreviviendo en nuestro organismo, alojándose en el intestino delgado. Esta cepa en particular provoca fuertes infecciones diarréicas con sangrado profuso. Se contaron 33 muertos. Pero ¿qué ocurre con toda esa comida una vez en los mercados? Ahí es donde aparece la ilusión de la diversidad. Como he mencionado antes, todas las diferentes marcas son controladas por ciertas multinacionales. No importa a la larga si buscamos comer en un McDonald’s o cocinamos en casa: la “fuente” es la misma.

 

Para colocar el alimento excedente, el sistema necesita pervertir los hábitos nutricionales y es con ese objetivo que la industria alimenticia gasta alrededor de 40.000 millones de dólares en publicidad cada año. Eso es 500 veces más que la cantidad que todos los Estados Unidos juntos gastan en promover programas para convencer a la población de que siga una dieta sana. El resultado es que gran parte del aumento de la producción que se registra desde hace décadas incrementa enormemente los niveles de obesidad y sobrepeso, dejando magros resultados en la reducción de la desnutrición. El colmo de la cuestión, podría decirse, es que teniendo la comida y las maneras de alimentarnos como es debido, no lo hacemos, porque siempre vamos a preferir una hamburguesa con queso y papas ante una comida más nutritiva. En la actualidad cerca de 1600 millones de personas tienen sobrepeso y 400 millones son obesas, y el futuro que la Organización Mundial de la Salud proyecta para finales del año 2015 es todavía más alarmante: 2300 millones de adultos tendrán sobrepeso y 700 millones serán obesos. Lamentablemente, las cosas no quedan allí: La FAO revela que la tercera parte de la producción de alimentos destinados al consumo es desechado. El costo económico de este despilfarro suma USD 750 000 millones, sólo en gastos por productos agrícolas. Son recursos perdidos, emisiones de gases de efecto invernadero lanzados a la atmósfera en vano. Y lo más grave: la FAO nos informa que a diario "una de cada siete personas en el planeta va a la cama sin haber comido nada".

 

Me es ineludible preguntarle: ¿Qué piensa usted que ocurre en nuestro Ecuador? País al que se describe como agrícola y ganadero. En una noticia publicada por diario El Comercio, se publicó: «En Ecuador no hay datos claros de la pérdida de comida. Pero la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares (2012) da una pauta de consumo. En promedio, los ecuatorianos gastan USD 585 millones en alimentos y bebidas no alcohólicas cada mes (pan y cereales en mayor cantidad). ¿Cuánto se desecha? Tampoco existen estadísticas exactas. Pero, por ejemplo, el Ministerio del Ambiente contabiliza 4,06 millones de toneladas métricas de desechos cada año a escala nacional. De ese total, por lo menos el 60% corresponde a los desechos orgánicos (residuos de alimentos).Querido lector, es demencial darnos cuenta de la cantidad de información que manejamos y sin embargo, que nuestros esfuerzos para resolver la problemática sea la mínima. Las estadísticas son precisas y el razonamiento claro y objetivo; gracias a ello tenemos hoy todo el conocimiento que hace falta para terminar con el hambre de una vez a nivel mundial, pero hacemos tan poco al respecto que los que si se esfuerzan se desmoralizan inmediatamente. Nos encerramos en una burbuja, evitando este tipo de noticias escalofriantes por las terribles consecuencias que vaticinan. Pero sepa, amigo mío, que llegará un momento en que la cáscara se romperá, obligándonos a tomar una decisión en la que, y en esto puedo estar seguro, nos dolerá tomar partido. Porque estamos atados a la cadena de reproducir para vender, ya que el dinero es capaz de turbar las mentes más brillantes y oscurecer los corazones más limpios.

 

La conclusión es sencilla: Los más desventurados del planeta se mueren de hambre junto a las gigantes parcelas de tierra dedicadas a producir una comida que jamás probarán, aunque trabajan para ayudar a producirla de sol a sol, aun cuando  no nos importan las toxinas que todos los días nos metemos en el cuerpo de alimentos genéticamente alterados, es de suponerse que menos nos va a importar el hambre que puedan sentir nuestros semejantes. ¿Qué tiempo más debe pasar para darnos cuenta que “nos estamos muriendo de sed junto a la fuente”? El hambre es una epidemia global, todos podemos hacer algo para ayudar a terminar con ella… HAGÁMOSLO antes de que nos coma.

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